Cada vez que inicio algo, que debo entregar algún informe importante, dar una prueba o enfrentar algo que significa mucho para mí, en lo profesional o estudiantil, duermo muy poco, prácticamente nada. Eso ocurrió iniciando el año 2006, cuando con mucho miedo comencé a ir a una de las plantas de la empresa en la que ahora se desarrolla mi proyecto, para realizar mi práctica profesional, práctica voluntaria, ya que no era, ni es, requisito de la carrera en la universidad, razón por la cual retrasé mucho esa etapa de mi vida, lo cual lamento, pero también otra de mis razones era enfrentar mi miedo al ambiente laboral.
Las experiencias que había escuchado hasta el momento no eran muy alentadoras, jefes demasiado exigentes, tareas de otro mundo, aplicables a estudiantes avanzados de Física y Cálculo IV (derivación de series, yiko); o lo contrario, ir a calentar un asiento, ocupar un puesto, hacer nada; era lo que habitualmente contaban mis compañeros de sus prácticas laborales. Todo esto me hacía sentir más insegura, y faltaba otro factor: las personas que conocería en la práctica, su forma de ser, el trato que tendrían conmigo, cómo sería mi "jefe", cómo encontraría mi trabajo. No estaba entrando a cualquier empresa, sino a una grande y poderosa. En principio pensé que me encontraría con gente cuica, soberbia de su trabajo, personas que se sentían reyes del mundo y superior a todos, y también pesados en el trato, en la convivencia, como muchas veces, afortunadamente, me equivoqué.
Antes de comenzar, un día sonó el teléfono de mi casa, era María Soledad, secretaria del supervisor de la planta, que con voz dulce me llamaba para avisarme que tenía que ir al holding a una reunión donde nos indicarían a los alumnos en práctica cuáles serían las funciones y en qué lugar trabajaríamos. Llegué ese día, con 50 personas más, tuvimos la reunión, donde con un carácter paternalista nos dijeron cuales serían nuestros destinos, después, con ticket en mano, un almuerzo en el casino, para ir a la tarde a la planta, donde me encontré con el supervisor, don Claudio Barrientos, un hombre sencillo, acogedor y motivador, el miedo poco a poco iba disminuyendo; mi tarea: el área financiera. Recuerdo que subí por la escalera, para entregar mi foto a la secretaria quien confeccionaría mi pase para entrar a la planta, era la misma voz dulce que me había hablado por el teléfono, los prejuicios en contra del personal de la empresa se iban desmonorando. Dos alumnos trabajaríamos en esa localización, ella nos dió la bienvenida y nos presentó al resto; recuerdo que lo que más me gustó fue que ella no nos presentó como alumnos en práctica, sino como personas que se unían a la empresa. En ese momento, me sentí acogida; fue una rica sensación. No exagero cuando digo que las personas que se encontraban ahí nos recibieron con los brazos abiertos, en ningún momento sentí soberbia por parte de ellos, en especial de don José Luis Navarro y don Juan José Solar, todas las mañanas firmaban su valecito en el que pedian un pancito, para cada uno de nosotros, para tomar desayuno, siempre con la disposición de hablar, responder dudas y hacer el trabajo más ameno.
Tenía que levantarme a las 6:20 de la mañana, a esperar a las puertas de mi casa el taxi que sagradamente pasaba a las 7:00 a buscarme, para después ir a buscar a otro funcionario, tras él a la "Sole" e irnos a la planta; a pesar del sueño, no me importaba, estaba feliz de tener esa regalía, que se repetía en la tarde, al momento de dejar la empresa.
Las experiencias que había escuchado hasta el momento no eran muy alentadoras, jefes demasiado exigentes, tareas de otro mundo, aplicables a estudiantes avanzados de Física y Cálculo IV (derivación de series, yiko); o lo contrario, ir a calentar un asiento, ocupar un puesto, hacer nada; era lo que habitualmente contaban mis compañeros de sus prácticas laborales. Todo esto me hacía sentir más insegura, y faltaba otro factor: las personas que conocería en la práctica, su forma de ser, el trato que tendrían conmigo, cómo sería mi "jefe", cómo encontraría mi trabajo. No estaba entrando a cualquier empresa, sino a una grande y poderosa. En principio pensé que me encontraría con gente cuica, soberbia de su trabajo, personas que se sentían reyes del mundo y superior a todos, y también pesados en el trato, en la convivencia, como muchas veces, afortunadamente, me equivoqué.
Antes de comenzar, un día sonó el teléfono de mi casa, era María Soledad, secretaria del supervisor de la planta, que con voz dulce me llamaba para avisarme que tenía que ir al holding a una reunión donde nos indicarían a los alumnos en práctica cuáles serían las funciones y en qué lugar trabajaríamos. Llegué ese día, con 50 personas más, tuvimos la reunión, donde con un carácter paternalista nos dijeron cuales serían nuestros destinos, después, con ticket en mano, un almuerzo en el casino, para ir a la tarde a la planta, donde me encontré con el supervisor, don Claudio Barrientos, un hombre sencillo, acogedor y motivador, el miedo poco a poco iba disminuyendo; mi tarea: el área financiera. Recuerdo que subí por la escalera, para entregar mi foto a la secretaria quien confeccionaría mi pase para entrar a la planta, era la misma voz dulce que me había hablado por el teléfono, los prejuicios en contra del personal de la empresa se iban desmonorando. Dos alumnos trabajaríamos en esa localización, ella nos dió la bienvenida y nos presentó al resto; recuerdo que lo que más me gustó fue que ella no nos presentó como alumnos en práctica, sino como personas que se unían a la empresa. En ese momento, me sentí acogida; fue una rica sensación. No exagero cuando digo que las personas que se encontraban ahí nos recibieron con los brazos abiertos, en ningún momento sentí soberbia por parte de ellos, en especial de don José Luis Navarro y don Juan José Solar, todas las mañanas firmaban su valecito en el que pedian un pancito, para cada uno de nosotros, para tomar desayuno, siempre con la disposición de hablar, responder dudas y hacer el trabajo más ameno.
Tenía que levantarme a las 6:20 de la mañana, a esperar a las puertas de mi casa el taxi que sagradamente pasaba a las 7:00 a buscarme, para después ir a buscar a otro funcionario, tras él a la "Sole" e irnos a la planta; a pesar del sueño, no me importaba, estaba feliz de tener esa regalía, que se repetía en la tarde, al momento de dejar la empresa.
Honestamente, digo que nunca imaginé que mi práctica sería así. A las dos semanas después de empezar a trabajar nos invitaron a todos a comer, un día viernes en la tarde, y les comenté que lo que más me sorprendía era la buena convivencia que había entre ellos, ya que generalmente en las empresas grandes se da un ambiente de trabajo frío, distante, estresante y rutinario. Recuerdo que don José Luis me dijo que sólo en esa planta eran así, obviamente todos se rieron, sin embargo pensaba que encontrar ambientes laborales así era muy difícil, por eso me siento agradecida de esa experiencia de vida, que me ayudó mucho.
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